miércoles, 19 de octubre de 2011

La enseñanza de los tallarines (reeditada)



Este suceso me paso hace algunos años y me gustaría compartirlo con ustedes.


Aquel día me levante pensando que sería uno de mis mejores días, salte de la cama con ganas y energía, me duche como siempre, tomé desayuno y me aliste para ir a clases, me despedí entre tallas de “Chicharrón” (un amigo que vive conmigo) y salí del departamento.

Tarareando estúpidamente “i gotta feeling that this day gonna be a good day” camine al paradero a tomar micro, y amigos créanlo o no, esta venia vacía, a las 7:40 de la mañana (creí por un momento que había entrado en un universo paralelo), aleluya amigos y amigas, me fui sentado y cómodo escuchando música y disfrutando de la vida, mi día ya estaba tempranamente siendo perfecto
.
Llegue un poco tarde a clases pero al profesor no lo importo, me saque dos buenas notas en unos certámenes de la semana pasada, reímos con mis compañeros y lo pasamos muy bien, todo iba viento en popa. Al llegar a casa para almorzar busque un tesoro guardado en el refrigerador, era una cajita plástica con unos tallarines con salsa de carne (y no cualquier salsa, sino la deliciosa salsa de carne boloñesa preparada por mi padre, receta heredada de generación en generación por monjes chaolin, piratas de barco y ninjas), los calenté al microondas y esta preparación revivió liberado sus apetitosos olores, mi mente ya se preparaba para la degustación, ya sentía esa textura suave junto con la potente salsa con trozos de carne perfectamente cortados (no esa carne molida pastosa que venden en el súper, NO!, carne cortada con cariño y experiencia), la boca se me hacia agua, el tiempo ya había sido suficiente, los tallarines estaban listos.
Uno de mis malos hábitos (de mis tantos) es dejar las cosas sobre el refrigerador, y no era esta la excepción, abrí la puerta, tome el kétchup y le agregué un poco a los tallarines (lo de fanático del kétchup va en serio), en ese momento cerré la puerta y… TRAGEDIA mis amigos… su querido escritor había sufrido uno de los peores y fatales accidentes, los tallarines cayeron sin aviso alguno al suelo (Murphy reía y reía).

Trate de hacer movimientos rápidos al estilo Neo para intentar sujetar los tallarines, estos caían lentamente mientras escapaban de mis ineptas manos, riéndose de mis penosas habilidades y la salsa se esparcía por todas partes empeorando más aun la escena mientras yo gritaba (distorsión de voz, cámara lenta, acción.) “Nooooooooo”.

Todos alguna vez hemos querido retroceder el tiempo, créanme, que si se me permitiera hacerlo, lo haría en ese momento, pero el desastre ya estaba hecho, los tallarines con salsa en el suelo como si hubieran sido asesinados, (me declaro culpable) junto con mis ganas de comer destrozadas.

Oh, me olvidaba, días anteriores había tenido una maldita gastroenteritis y no comí nada rico, así que imaginen compañeros como mi alma, mi día, mi perfección fue arrebatada… ¿y por qué?, bueno, en Chile usamos a menudo una palabra que explica casi todo: “Por weon”, porque mi madre siempre me dijo: usa platos hijo, pon individual en la mesa hijo, no te llenes mucho el vaso se te rebalsará, estos y muchos otros consejos que aludían a hacer las cosas correctamente, pero NO, yo soy joven, yo me la puedo, total, no pasara nada  si dejo arriba del refrigerador la comida.

Pero los tallarines son sabios amigos y amigas, los tallarines nos dicen cosas, nos muestran el futuro y el pasado, su destino aquella vez no eran ser comidos, no esta vez, era enseñarme que por algo existen las mesas, los portavasos, los cubre camas, las tapas en los inodoros, todo tiene su orden y razón de ser, y si desafiamos este orden el universo se encargara de recordarnos, acción, reacción, causa y efecto.

Me despido deseándoles los mejores almuerzos, cómanlos con cautela y prepárenlo como corresponde, yo ya aprendí mi lección.

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